Decía el preámbulo de la reforma laboral que entre sus “objetivos fundamentales” estaba crear “empleo estable y de calidad”, “restringir el uso injustificado de la contratación temporal” y “favorecer una utilización más extensa de la contratación indefinida”. El éxito del modelo a la vista está. La reforma laboral cumple un año el domingo. No hay mucho que celebrar: el paro ha aumentado en más de cien mil personas y la temporalidad ha crecido un poquito más. Del prometido “empleo de calidad” ni se sabe ni me atrevo a preguntar.
Como regalo de despedida –no está claro si porque lo pide por carta el BCE o por convicción personal–, Zapatero aprobó ayer otra vuelta de tuerca más, una nueva reforma laboral para fomentar el empleo indefinido: el indefinidamente temporal. El Gobierno acaba con el tope de dos años para encadenar contratos precarios (de momento, hay barra libre hasta 2014) y crea un nuevo contrato basura que permitirá emplear a jóvenes hasta los 30 años por menos del salario mínimo. ¡Qué tiempos aquellos en los que el milerurismo juvenil era sinónimo de precariedad!
Dice el Gobierno, para justificar este nuevo sacrificio, que prefiere un contrato temporal a un parado más. Ojalá fuese así, pero está por demostrar que esta dramática lógica sea verdad. De momento, la rebaja en el kilo de trabajador sólo está sirviendo para precarizar aún más el empleo, no para crear más. Pero incluso si damos por cierto este argumento y el Gobierno tiene datos técnicos que avalan su decisión, queda una pregunta más: ¿por qué no lo hicieron antes?
La reforma de la reforma laboral a los 363 días de entrar en vigor deja muy clara una cosa: que esta reforma fracasó.
Publicado por Ignacio Escolar
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