Si el ingeniero Jean-Claude Nicolas Forestier resucitase y viese el jardín de Teatre Grec creería que el tiempo se había detenido en 1929, año de la Exposición Internacional y de la plenitud de los muchos parterre que dibujó a lo largo y ancho de Montjuïc. Pero lo único que ha resucitado, por obra y gracia de Parques y Jardines, ha sido precisamente el mencionado vergel, donde se han invertido 2,16 millones de euros y nueve meses de trabajo para recuperar el esplendor y la vegetación perdida con el paso de los años.
Forestier se enfrentó al reto de crear una enorme rosaleda (bautizada Amargós, en honor al padre de las grandes avenidas de la montaña) para conectar la plaza del Solstici, en el jardín Laribal, con la parte baja del paseo de Santa Madrona y los palacios de la Exposición, salvando un desnivel de 44 metros. Ahora, al ingeniero le sorprendería descubrir que la apariencia final es casi la misma, con la diferencia de que la tecnología se ha colado en la que fue una de sus joyas. Así, bajo los arbustos y flores y tras una fina capa de tierra, se encuentra oculta una malla de plástico que permite mantener la tierra blanda y la transpiración, pero evita la evaporación, un factor clave para que los rosales se mantengan frescos, apunta el técnico de Medio Ambiente que ha llevado las obras, Lluís Capilla.
CASI 15.000 METROS CUADRADOS / En ruta por este pequeño oasis de 14.294 metros cuadrados (casi un tercio de los cuales son verdes), Lluís Abad, maestro jardinero y técnico de Educación Ambiental, explica con conocimiento enciclopédico que a principios del siglo XX la pretensión de Francesc Cambó era que los palacios de la zona de la muestra internacional estuviesen rodeados de jardines mediterráneos, por lo que contactó con Forestier, quien sufrió lo suyo para adaptar las especies necesarias y tuvo que optar por «importar un estilo un poco hispano-árabe».
Llegir article sencer
Forestier se enfrentó al reto de crear una enorme rosaleda (bautizada Amargós, en honor al padre de las grandes avenidas de la montaña) para conectar la plaza del Solstici, en el jardín Laribal, con la parte baja del paseo de Santa Madrona y los palacios de la Exposición, salvando un desnivel de 44 metros. Ahora, al ingeniero le sorprendería descubrir que la apariencia final es casi la misma, con la diferencia de que la tecnología se ha colado en la que fue una de sus joyas. Así, bajo los arbustos y flores y tras una fina capa de tierra, se encuentra oculta una malla de plástico que permite mantener la tierra blanda y la transpiración, pero evita la evaporación, un factor clave para que los rosales se mantengan frescos, apunta el técnico de Medio Ambiente que ha llevado las obras, Lluís Capilla.
CASI 15.000 METROS CUADRADOS / En ruta por este pequeño oasis de 14.294 metros cuadrados (casi un tercio de los cuales son verdes), Lluís Abad, maestro jardinero y técnico de Educación Ambiental, explica con conocimiento enciclopédico que a principios del siglo XX la pretensión de Francesc Cambó era que los palacios de la zona de la muestra internacional estuviesen rodeados de jardines mediterráneos, por lo que contactó con Forestier, quien sufrió lo suyo para adaptar las especies necesarias y tuvo que optar por «importar un estilo un poco hispano-árabe».
Llegir article sencer
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada