Barcelona se había convertido en los años ochenta y principios de los noventa en modelo por su cultura del diseño del espacio público. Hoy dicha cultura se está perdiendo y, si se ha desarrollado, ha sido trasladándose a la escala del de la región metropolitana y de los parques territoriales, donde a partir de los años noventa se han realizado intervenciones memorables. Queda ya poco de la capacidad de proyectar espacio público en Barcelona capital. Obras como la plaza de Lesseps o como el Parc Central del Poblenou son una muestra del estancamiento y de la pérdida de una manera de saber hacer.
La cultura del espacio público urbano se recuperó a principios de los años ochenta, con la política municipal democrática, que entendió que lo más urgente y reclamado por los movimientos sociales urbanos eran los espacios públicos, y con las obras de autores que, como Enric Miralles y Carme Pinós, no aprendieron a proyectar el espacio público en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, sino en Italia y con los arquitectos del Team X, especialmente en los cursos del ILAUD (The Internacional Laboratory of Architecture and Urban Design) de Urbino y Siena, dirigido por Giancarlo de Carlo.
En una siguiente etapa las obras pasaron a ser realizadas por una prometedora generación de arquitectas y paisajistas, como Bet Figueras (Jardín Botánico y las tres manzanas en la Vila Olímpica), Beth Galí (Fossar de la Pedrera), Imma Jansana (parques en el Baix Llobregat), Teresa Galí-Izard (paisajista colaboradora de estudios de arquitectura) y Carme Fiol y Andreu Arriola (Parc Central de Nou Barris). Pero esta nueva tradición, protagonizada por arquitectas catalanas, le ha sabido a poco al poder local.
A este olvido ha contribuido la incapacidad de hacer autocrítica que caracteriza al urbanismo de esta ciudad; de no aprender de la experiencia de lo que se ha hecho, intentando repensar el sistema de parques que se ha ido realizando; procurando mejorar pavimentos, mobiliario y vegetación; teniendo en consideración los usos del espacio por parte de todas y todos, y para todas las edades, y empezando a corregir defectos: ínfimos espacios destinados a juegos infantiles; total escasez de bancos, para las personas que cuidan a los niños, para reunirse o para descansar; falta de baños públicos, etcétera. Esta evolución frustrada ha comportado que dicha cultura no haya llegado a madurar y se haya diluido.
En los últimos años, los encargos representativos se han adjudicado a grandes despachos, como el de Jean Nouvel, y a viejas glorias, como Albert Viaplana. El Parc Central del Poblenou es un compendio de errores que sigue chupando presupuesto público y del que queda pendiente reclamar responsabilidades: ¿quién o quiénes eligieron el proyecto de Nouvel, autorizaron esta obra y aprobaron unos presupuestos desorbitados? Nouvel no sólo despreció totalmente que fuera un parque seguro, satisfactorio y relacionado con el entorno, sino que olvidó que tuviera suficientes juegos para niños y ahora se ha tenido que programar que este fracasado "parque de autor" sea remodelado por el mismo autor, para que sirva para algo más que para ser fotografiado.
Y las intervenciones de Albert Viaplana en las plazas de Lesseps y Europa, ésta en L'Hospitalet del Llobregat, ponen en evidencia el recurso a unos repertorios estancados. La remodelación de la plaza de Lesseps ha sido el resultado de un laborioso proceso de participación, que definió las diversas áreas, replanteó flujos y elaboró secciones. Pero por exceso de confianza se dejó que el arquitecto, que se cree artista y no un técnico al servicio de la sociedad, pudiera colocar lo que quisiera. Vigas, palios y voladizos gigantes quedan como reliquias de un siglo pasado en el que cierta arquitectura se creyó arte, cayendo en el ridículo de simplificar su complejidad y negar su necesidad de adaptarse al contexto y al entorno social. Lo que se esparce sobre la plaza son restos de otra época, es el canto del cisne de una manera impositiva y arbitraria de diseñar parques artificiales, que va a dominar durante un tiempo sobre una plaza que debería haber sido totalmente para el barrio y no una pretendida obra de artista. Por eso la cuestión no es la del "estilo de diseñador", que argumentaba Oriol Bohigas en estas mismas páginas, sino algo más profundo: se trata de la revisión de los sistemas para realizar el proyecto urbano contemporáneo, que se han de basar más en la sociedad, en el conocimiento y en saber aprender de la experiencia que en las pretendidas habilidades del autor individual. Y por ello en esta ciudad, que había conseguido crear una propia cultura del espacio público, al no saber apreciarla, valorarla y revisarla, en unos pocos años se ha estancado y se ha diluido.
Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la ETSAB-UPC
Publicat en el País el 7 de febrer 2009
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